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viernes, 2 de mayo de 2014

ALEGORÍAS DE ENSAMBLAJE

Posted by Unknown On 4:27 a.m.


Tome una botella de vino en sus manos y obsérvela. Mire sus imágenes y tipografía, y lea su contraetiqueta. Probablemente ya ha hecho este ejercicio muchas veces antes de comprar una botella, y ha podido constatar la particular elocuencia de la etiqueta, que no en vano es aquel género que nos invita a imaginar un vino antes de beberlo. 

En efecto, la etiqueta del vino es el terreno de despliegue de las más variadas estrategias visuales y textuales. Al parecer la descripción de las cualidades del terroir y la nota de cata no son lo bastante sugerentes para los consumidores no especializados, a los que se intenta captar con todo tipo de estrategias, algunas—en el caso chileno—francamente burdas o disparatadas. Entre todos estos vinos, los 
ensamblajes han propuesto un campo propicio para el despliegue de la más sublime creatividad e inventiva. Como sabemos, el assemblage o blend de vinos consiste en una mezcla que es realizada para complementar en la mayor medida de lo posible las cualidades de cada uno de sus componentes, a modo de lograr un vino único e irrepetible; son vinos de autor en los que cobra primacía el
enólogo que lleva a cabo la mezcla. El equipo de marketing detrás de algunos de estos vinos en Chile, ciertamente versados en retórica y en poética y poseedores de un excepcional talento, han decidido que el efecto visualizante de la alegoría sería el anzuelo principal para dar a entender a sus consumidores nacionales y extranjeros la propuesta de sus assemblages. Uno de los vinos que—como lectora de poesía—me hizo francamente alucinar fue la línea Capicúa de Bottero (2011) El vino, compuesto por un 6% de Cabernet Sauvignon, 88% de Syrah y 6% de Carmenére, analoga en su etiqueta la tarea del ensamblaje al perfecto espejo evocado por el juego de caracteres que indica su nombre: “Capicúa (…) es un número o palabra que puede ser leído de la misma manera en una dirección u otra; los ensambles 6 88 6 son el reflejo cada uno del otro”.  Pese a mi entusiasmo inicial para el momento en que descubrí esta etiqueta, tuve que reconocer de que el procedimiento literario que desplegaba no tenía absolutamente nada que ver con los componentes del vino y que no pasaba de ser un recurso vacío para referirse al ensamblaje como proceso general. Tampoco llegaba mucho más lejos Rukumilla (2008), línea que establece una analogía entre el ensamblaje y el mestizaje resultante de la unión de un jefe mapuche y una mujer blanca secuestrada: “La combinación de razas que toma lo mejor de cada cuál está representada en el ensamblaje que usted está probando”, se agrega en la etiqueta en inglés. Casi no vale la pena recalcar que la región de la araucanía no tiene nada que ver con el terroir del que proviene Rukumilla, pero en la lógica de las etiquetas eso no importa: lo que importa es la forma en que el producto se construye simbólicamente.

¿Cuál de estos dos vinos habría escogido llevar mi lector? No dude que podría elegir entre probar un vino con brillante sabor a capicúa o con terroso sabor a mestizaje; tome y haga la prueba, y verá como accede a la iluminación de descubrir el concepto de cada etiqueta traducido al sabor, textura, olor y color de su vino. 

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