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lunes, 21 de abril de 2014


Al circular por el supermercado haciendo las compras de rigor, pude constatar con alegría que algunas etiquetas de vino chilenas demuestran un gran interés por el aprendizaje y revitalización del latín. “Amplus es un palabra del Latín que significa importante, honorable y distinguido”, es la primera frase que abre la contraetiqueta de la línea Amplus de Santa Ema (2010), que toma su “ampluloso” nombre la lengua clásica. Con el mismo afán didáctico, la línea Novas de Emiliana explica que “NOVAS era la palabra en latín utilizada por los antiguos astrónomos para nombrar el nacimiento de una nueva estrella”, dejando que el consumidor saque las obvias conclusiones respecto de la relación entre dicho astro y la botella que tiene entre las manos. La linea Chronos I de Espíritu afirma en su contraetiqueta de ánimo marcadamente esotérico que “nuestra línea Chronos representa el período de tiempo cronológico en que los diferentes orígenes de nuestra marca Espíritu nacieron”, e incluye, para finalizar la mezcolanza, que “Chronos es representado por los símbolos numéricos reconocidos universalmente en el sistema braille”. En un gesto completamente diferente, el vino Equus (2012) vincula el terroir de producción del vino al aras familiar, criadero de caballos de “fina sangre” cuyo color y cualidades sin duda se analogan a las del vino de sus barricas.
  
Marta Bgood, respondiéndose a la misma pregunta que se hiciera T.S.Eliot, escribe en un blog que un vino clásico “es un vino que se reconoce a la primera … incluso aunque no suelas tomar vino. Que comprarías para regalo porque sabes que acertarás y que se reconocerá el valor de tu obsequio, aunque la persona que lo recibe tampoco entienda de vinos”. El vino clásico se reconoce aunque se desconozca, de la misma manera que el latín, que hasta donde sabemos en Chile no lo entiende casi nadie. En la misma medida en que una nota de cata puede ser sugerente para un consumidor no familiarizado con el lenguaje del vino, el latin reviste de “clásicas” resonancias al vino nacional, haciéndolo sonar “importante, honorable y distinguido”, tan universalmente visible como la constelación de Orión o “reconocible” como el sistema braille.

Aunque, más allá de su nombre, la referencia al mundo clásico sea prácticamente nula en estos cuatro vinos, sí una cosa es clara: definitivamente, comprar un vino chileno en latín es irse a la segura y salir más culto en el intento. De hecho, si viviesen Iulius y Aemilia en Chile del siglo XXI no dudarían en recomendar una copa de vino con nombre clásico para acompañar la enseñanza del latín. Probablemente estarían muy orgullosos de la idea infalible que hemos tenido para revitalizar la lengua. Porque quién dijo que el latín era una lengua muerta, si no hay nada que suelte más la lengua que el buen vino.


Nota: este texto ha sido publicado por primera vez para la revista CECLI, que pueden revisar en http://ceclirevista.wordpress.com/

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