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sábado, 25 de abril de 2015

UNA FIESTA VERBAL

Posted by Unknown On 3:07 p.m.





Ayer terminó el concurso del mejor sommelier de las Américas, que tuvimos la suerte de presenciar en Chile. Ganó merecidísima la argentina Paz Levinson, cuyo desempeño--impresionante a ojos de una confesada novata--me dejó reflexionando, por sobre todo después de que terminase de describir los tres vinos que cató a ciegas. 

Como algunos de mis lectores sabrán, yo provengo de la literatura. En mi tesis de magíster, que pude entregar hace poco más de un mes, trabajo con una linda categoría cuya conceptualización se remonta a la antigüedad grecolatina, y específicamente, a la poética y a la retórica aristotélicas. Su nombre es enargeia y se define como aquél efecto del lenguaje (de las palabras escritas u oídas) mediante el cuál el discurso aparece "ante los ojos" del lector u oyente, de modo que este, más que estar escuchando o leyendo, pareciera estar observando lo que ha sido dicho. Un autor latino que me gusta mucho, Quintiliano, lo ilustra de la siguiente manera: 

Denuncio el asesinato de un hombre: ¿no deberé poner ante mis ojos todo lo que pudo haber ocurrido cuando el asesinato sucedió? ¿No habría el asesino aparecido repentinamente? ¿No habría acaso el otro temblado, llorado, suplicado o huido? ¿No debiese yo acaso contemplar a uno golpeando, y al otro cayendo? ¿No debiesen la sangre, y la palidez, y el último aliento de la víctima moribunda presentarse en su totalidad ante la mirada de mi mente?

La aparición del hecho que, pese a estar ausente, aparece como claramente presente para nuestros sentidos, es sin lugar a dudas una de las cualidades maravillosas y misteriosas del lenguaje, que es capaz de “presentizar” aquello que fue o podrá ser, o aquello que solo es posible. Este efecto del discurso, que solamente podían lograr los mejores poetas y oradores, era pensada por los antiguos como primordialmente ligado a la vista, de modo de que lo dicho aparece como ocurriendo delante del lector/auditor. Sin embargo, creo que el concepto de enargeia (o un concepto nuevo que podríamos procurar inventar) se puede extender sin problemas a todo el espectro sensorial. También al olfato, al gusto y al tacto, a los que los griegos siempre se refirieron menos, a diferencia de la vista.

Eso pensé ayer escuchando a Paz. Lejos de ceñirse formulaicamente a la “ficha” de descripción organoléptica, la argentina describía al vino con frases largas, con ritmo, encontrando expresión, vocabulario y apertura verbal para describir los colores, texturas, gusto y aromas de tal manera que cada una de sus frases se volvía contundentemente sugerente, enormemente llamativa no solo a los ojos, sino a la nariz y a la boca. Sin problemas lanzó, sucesivamente, frases no armadas, muy evocativas, propias de aquellos que saben percibir y recordar de verdad, y que naturalmente llamaban al auditor a imaginarse al vino en el paladar o en nariz, como una imposición singular y cierta.  

El público, que sigue con expectación un concurso, está más ciego que el catador: es solo oídos. No sabe realmente cuales son los vinos servidos, por lo que solamente asiste a un discurso, a un espectáculo: a una fiesta verbal. Puede aspirar a comparar los relatos de los contrincantes, ver las cercanías y las desavenencias, pero a fin de cuentas lo que hace es asistir al lenguaje sensiblemente levantado, cargado de sugestiones y sugerencias para la imaginación. Como un recital de poesía encubierto y quizás apreciado con mayor reverencia. Evidentemente, el relato de los tres contrincantes no fue presentado con la misma elegancia, despliegue y apostura. Ahí—deformación profesional—me ganó Levinson. Aunque hubiese estado absolutamente equivocada, su pericia y creatividad en la palabra ya habrían hecho buena parte del resto.


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