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miércoles, 10 de septiembre de 2014

CENTENARIOS, POPULARES Y ANONIMOS

Posted by Unknown On 11:52 a.m.

"El poeta más joven de Chile está
cumpliendo cien años en estos momentos.
Abran quincha, abran cancha,
a su salud, una caña de vino Santa Rita
para iniciar las festividades,
a ver si se nos ocurre algo que valga medianamente la pena
ante su tumba abierta de par en par. En serio
que me trague la tierra si miento.
Dicho sea de paso, le deseamos una larga vida, ¡salud!"

Don Nica escribió este salud en homenaje al centenario del nacimiento de Vicente Huidobro, un 3 de septiembre de 1993. Un salú socarrón, irónico y negro, y al mismo tiempo sincero en su encomio al autor de Altazor. Pues claro, ni se lo tragó la tierra, ni aún Piñera pudo matarlo, aunque lo intentase. Su alusión “mala leche” al vino Santa Rita--guardado al fondo de la caña como, al fondo de la tumba, el mar --me retrotrajo a un aspecto de su poética que me gustaría comentar muy brevemente aquí.

Mucho se ha hablado de la obra de Parra como un regreso del lenguaje poético al “habla del pueblo”. “Los poetas se cayeron del Olimpo”, esto es, dejaron de lado sus pretensiones de enarbolar el lenguaje elitista de los iluminados, y se pusieron a vomitar ingeniosos coloquialismos al más puro estilo chilensis. La vuelta al habla convertiría a la antipoesía en una suerte de regreso a los “orígenes”, y a don Nicanor en un nuevo cofrade del pueblo, un alegre recopilador de nuestros registros y prácticas culturales, cuya poesía es vista como una vuelta al mensaje "fácil" y comprensible por (entre otros) aquellos que se definen como orgullosos "no lectores" de poesía y que por eso mismo adoran la "antipoesía". Este entronamiento de Parra por razones que, las más de las veces, no dejan de ser clichés, es llevado a cabo muchas veces por quienes no entienden algo básico: que la antipoesía es, evidentemente, una forma de poesía. En cambio, mucho menos se habla de la influencia de la tradición poética inglesa (por sobretodo isabelina) en su obra: Parra, que era un gran lector de Shakespeare y sus contemporáneos, está lejos de renunciar a las posibilidades que aporta la tradición “poética culta”, y la antipoesía comprende estas posibilidades. Pienso, por sobretodo, en un procedimiento concreto que, desde John Donne, pasa a formar parte de la indiscutible tradición inglesa y que Parra, a todas luces, recoge: la etopeya (“ethopoeia”), que los rétores clásicos e isabelinos definían como el ejercicio de elaborar un discurso poniéndose “en la voz del otro”, considerando la situación hipotética en la que este se encuentra, sus interlocutores, su carácter y sus pasiones. Dicho recurso de “enmascaramiento” permite al poeta emular el discurso de diferentes personajes que hablan con vividez, y con un estilo apropiado a ellos mismos. El habla cotidiana en Parra, puesta en la voz de los personajes que circulan por su obra, no es solo habla, es una “retórica del habla”, si entendemos “retórica” como aquél tipo de discurso orientado estratégicamente a producir ciertos efectos en el receptor.


Con esto no pretendo ser peyorativa, pues—dicho sea de paso—me encanta la retórica, y también me encanta Parra. Ni siquiera creo preciso a volver instalar preguntas obvias (¿quién habla cuando habla el pueblo, quién habla sobre el regreso a los orígenes, o bien, quién habla cuando se habla?) Más bien me pregunto por el virtuosismo que requieren los disfraces, más aún cuando son disfraces de palabras, y qué es lo que ocurre cuando la voz original se escucha bajo máscaras deficientes, terminando con la ilusión y descubriendo el engaño. Parra, por suerte, tiene el bastante talento como para mezclar tradiciones y registros, creando máscaras perfectas y aún irónicas, como un genio anónimo que se viste con la voz de unos pocos personajes, y no como unos pocos personajes que pretenden vestirse como anónimos.





"ANÓNIMO, ese personaje humilde de campo, a quién todos saludan pero nadie recuerda su nombre, que ha dedicado su vida entera al cuidado de los viñedos. Ese amable campesino es quien conoce cada una de las vides y tiene el secreto de donde encontrar la mejor uva... origen de la calidad de nuestros vinos de edición limitada" (Amónimo, Bottero 2009)

lunes, 1 de septiembre de 2014

LA PROPUESTA DE HERU

Posted by Unknown On 3:17 p.m.

Francisco de Goya, "Duendecitos", 
Los Caprichos (1799)

“Al duende hay que despertarlo en 
las últimas habitaciones de la sangre”
Federico García Lorca, Teoría y juego del duende.

Según dice la tradición (que no yo), cuando se toma vino hay como un duende que, dentro de uno, se despierta. No es un duende suave o infantil, sino un pequeño irritable, hilarante e incontrolable, como los peores niños que quién sabe por qué disfrutan a rayando paredes o pinchando neumáticos, o como los demonios de las pesadillas que oprimen el estómago del soñador. “En cada boca alumbrando / andan los duendes del vino” escribe el mendocino Pocho Sosa sobre los duendes hablaores, que “iluminan” la lengua y que en las noches de amigos se ponen a bailar:

El sueño de los racimos
sueña con sol y verano
y en un país trasnochado
bailan los duendes del vino

Este sueño del trasnoche, o bien aquello que Federico García Lorca—también citando—llamaría “aquel poder misterioso que todos sienten y ningún filósofo explica” es uno que no mata como el del duende verde, sino que envuelve de a poquito, porque el duende del vino es camaleónico y más persuasivo, y toma su color a veces en momentos inesperados. Para Goya, por ejemplo, los duendecitos eran en realidad los curas y los frailes, que ocultos beben a costa de los demás y que dejan para sí sus vasos de vino.

Los duendes del vino de Liniers dan un giro a la tradición: dejaron el campo y sus garrafas, estudiaron para sommelier y se vinieron a tomar delicados sorbitos en français. Tienen gorros puntiagudos porque tienen ideas largas, que deben atrapar para que no se les escapen de su cabeza tan pequeña. Son estilosos, viven en pareja y hacen formas con sus ropas. Los duendes-musas de Liniers tienen, en suma, “mejor cabeza”: se les sale el duende de las palabras, ese que hace del tomar una delicada fiesta verbal:




Intente Ud. juntar dos palabras y hacer una pareja de vocablos rastreable; por ejemplo, vino y amarillo, vino y lámparas, vino y ranas, vino y Bob Dylan, vino y duende, vino y Dios. Una pequeña búsqueda le demostrará que existe tradición para todo, especialmente tratándose de vino. Para aportar a esa tradición con solidez, ingenio e inventiva no se necesita mucho más que un poco de investigación y (eso sí) una ligera cuota de duende. El lector decidirá cuanto de eso nos falta, y de qué cepa sería el duende, si tuviera.



"Herú es un duendecillo, que según cuenta la leyenda, merodeaba nuestros viñedos en Casablanca y resguardaba la cosecha como su tesoro más preciado" (Ventisquero, Herú Pïnot Noir 2011)