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jueves, 26 de junio de 2014

VARIACIONES SOBRE EL TEMA DEL CASILLERO

Posted by Unknown On 4:02 p.m.


El nuevo diseño de la línea “Frontera” de Casillero de Diablo que acaba de ser lanzado en el Reino Unido llegó a mis manos gracias a mi amiga Antonia, que vino a verme a mi casa en Londres, donde vivo desde hace algunos meses. El vino que contiene es el mismo que el que se distribuye rotulado con la clásica etiqueta del “Casillero”, que circula tanto en Chile como en el extranjero y bajo cuya fama ha obtenido varias veces el primer y segundo lugar de entre las “Marcas de vino más admiradas en el mundo”, según el estudio realizado por Drinks International. El diseño de las nuevas etiquetas es exclusivo para UK--donde el "Casillero" es, por cierto, muy conocido--y pretende potenciar, según ilustra a sus lectores británicos la revista Harpers, la “herencia natural de la producción del vino y la poesía folclórica chilena” (wine’s natural heritage and Chilean folk poetry), por medio de ilustraciones a blanco y negro que encabezan alguna sentencia poética relacionada con la cepa de turno. El referente concreto de las ilustraciones y textos de las etiquetas es la lira popular chilena, que--según sigue la revista Harpers--“data del siglo XIX y cuya fama proviene de imágenes como las que rotulan las nuevas etiquetas de Frontera”. La lira era, efectivamente, un grabado en formato pasquín, que se repartió en Chile entre 1860 y 1920 y que constaba de un poema en décimas, y de un dibujo que, sobre él, ilustraba el tema del texto y era muchas veces elaborado por el propio poeta.

La botella de cada cepa de esta nueva versión "british" de Frontera—Pinot Giorgio, Chardonnay, Sauvignon Blanc, Rosé, Cabernet Sauvignon, Merlot, y finalmente las líneas de “Blanco” y “Tinto”—tiene su propia etiqueta, y cada una de ellas es un lujito de mirar, pues dibujan (aunque suene redundante) la forma en que los chilenos imaginamos que nos imaginan aquí en Inglaterra. Mientras sus ilustraciones imaginan al Chile del s.XIX, los textos parecen más bien una serie de fragmentos poéticos “creativios” que se plantean—o al menos así he aspirado a entenderlo—como traducciones de liras inexistentes. Es decir, son textos que emulan la falta de rima y la torpeza propia de aquel texto poético que, una vez traducido, no aspira a lograr las sonoridades del idioma original, sino que se reduce a reproducir el contenido del texto con la inadecuación de toda lengua extranjera. Solo, que en este caso, el original de estos poemas “traducidos”--¿por quién?—no existe. 

El vino, claro, es el mismo. Pero no. En este caso es la traducción de un vino que sin embargo no está, que es distinto al de la botella original.



Los dejo con las simpaticonas etiquetas nuevamente "encasilleradas":










01.   Pinot Giorgio:

“My name means Pineapple in French / my sir name reflects / my medieval lineage / I was favoured by a Bohemian king / due to my tropical flavours and floral aromas”
















02.   Sauvignon Blanc:

“My name is French I am a traveler by nature but Chilean at heart // Don’t be fooled by my youth: it’s the secret of my freshness and flavour"


















03.   Chardonnay.

“Im everyones favourite, the darling white / Im always a lady I always fit in / on a hot summer day or at an elegant dinner its part of who I am”














04.   The authentic Blanco.

“As if a magic spell / we conjured a new blend / equal parts wonder, mystery and fruity delight / and send it off from our cauldron / to your glass”














05.   Rose.

“Joyful, smooth and bright, I am / my colour and elegance enchant // My floral aromas are sure to amaze, and my delicate flavor is sheer delight”


















06.   Merlot.

"It was a Little blackbird / that gave me my name // Mirlo they called it / beautiful and dark / two things we share / along with a joyful song"

















07.   Cabernet Sauvignon

“I am the most famous around the world / Proudly Chilean / I gallantly parade my boldness and valour / I am loved by all and a favoutire wherever I go”















08.   The authentic Tinto.

“A magical brew of flavor and aroma // was the illustrious mission assigned / the average of strenght to softness and delicacy / from the grapes that are borne of our land”












martes, 17 de junio de 2014

VERDAD, ELOCUENCIA Y METAMORFOSIS.

Posted by Unknown On 5:59 a.m.


Gracias a una feliz casualidad, mientras revisaba hace algunos días uno de los grandes tomos de los Adagia de Erasmo, me encontré con que muchos de ellos se referían al vino y a los buenos bebedores. E poculo perfotaro bibere (“Tomar de una copa con un hoyo en ella”), Episcythizare (“Tomar como un escita”) o Vinum caret calvo (“El vino no tiene timón”) son algunos de los muchos proverbios que Erasmo compila y glosa desde el año 1500 hasta su muerte, incluyendo en sus comentarios citas de autores de la tradición clásica que explican la sentencia e iluminan su significado. El proverbio, indica Erasmo, es un decir que envuelve de oscuridad alguna verdad obvia, o un dicho útil para conducirse en la vida que es expresado, sin embargo, como una alegoría o con un doble sentido. A ello se debe que en cada Adagio la sentencia se comente y se explique, dando a sus lectores un fantástico material para incluir en sus discursos propios, ya que el proverbio sirve para adornar el decir y persuadir a los oyentes. Me demoré su buen rato en anotar todos los adagios vinícolas, que proveen de buenas enseñanzas al lector bebedor. Las explicaciones de muchos de ellos podemos adivinarlas sin mayor esfuerzo, como ocurre en Ad vinum diserti (“En el vino elocuente”), Vinum senem etiam vel nolentem saltare compellit (“El vino compele al hombre viejo a bailar aún en contra de su voluntad”), Ranis vinum praeministras (“Le estás ofreciendo vino a las ranas”), Calucum rémiges (“Remeros en copas de vino”), Etiam quercus bacchatur (“Hasta los robles bailan para Baco”) e incluso Aquam bibens hihil boni parias (“Los bebedores de agua no son buenos pensadores”). El clásico In vino veritas, que no podía faltar, aparece ampliamente comentado en uno de los primeros tomos. Otras sentencias son definitivamente más oscuras—y por lo mismo, más entretenidas—, como Vino vendibili suspensa hederá nihil opus (“El buen vino no necesita de arbusto”), Si vinum postulet pugnos illi dato (“Si te piden vino, responde con tu puño”), Cita vinum temulentia (“Borrachera sin vino”), Vina angina (“Amigdalitis de vino”) o Gutta vini (“Una gota de vino”). Todas ellas presentan alguna enseñanza por medio de una analogía. Así, por ejemplo, el proverbio “Mali bibunt improbitatis fecem” (“Los hombres malos se beben los sedimentos de su maldad”), analoga el sedimento del final de la botella con el castigo que necesariamente deberá recibir quién ha obrado mal. “La imagen—dice Erasmo—deriva evidentemente de aquellos que, habiendo tomado vino puro hasta la última gota, al final alcanzan el sedimento. Así mismo el dolor del castigo sigue al placer que resulta del crimen”.

La relación entre el vino y la elocuencia fue, obviamente, la que más se apareció en todos los adagios. Tres puntos sobresalen, a mi parecer.

UNO. El vino instaura una retórica de la verdad, o—mejor dicho—una completa falta de retórica. El discurso del vino es el discurso del incontinente, del que dice cuando está prohibido decir, del que revela secretos injustificados. En el adagio Ad vinum dicerti (“En el vino elocuente”), Erasmo explica que el proverbio se utiliza para describir a aquellos hombres que son oradores pobres en asuntos serios pero que encuentran muchísimo que decir con la copa en la mano, cuando tal elocuencia es innecesaria. Por otra parte, la frase Cita vinum temulentia (“Borrachera sin vino”) hace referencia a aquellas personas que se ponen a hablar en forma incontinente acerca de todas sus intimidades sin que nadie se los haya solicitado, como puede hacerlo un peluquero o actualmente un taxista de oficio. En In vino Veritas, Erasmo incluye el proverbio común griego según el cuál “lo que está en el corazón del hombre sobrio está en la lengua del borracho”. Lo bueno de esto último, claro, es que el borracho habla con su corazón: lo que dice el borracho es confiable, como ocurre con los niños y los locos.

DOS. No hay elocuencia sin vino. El bebedor de agua es un pensador y un orador pobre, y es necesario beber vino para poder ser un buen poeta. Por ejemplo, en el adagio Aquam bibens hihil boni parias (“Los bebedores de agua no son buenos pensadores”), Erasmo cita los poemas de Horacio que dictan: “No hay poema que pueda perdurar o aspirar a complacer / escrito por un bebedor de agua”, y también, “¿Se ha vuelto acaso un hombre más elocuente / que por la copa fructífera?”. El proverbio Ranis vinum praeministras (“Le estás ofreciendo vino a las ranas”) trata, explica Erasmo, de aquellos hombres que ofrecen algo valioso que no puede ser apreciado por quienes lo reciben, como por ejemplo, dar un buen discurso a una audiencia ignorante. Las ranas, en los adagios, tal como los peces, se refieren a los hombres mudos o a los oradores pobres, precisamente porque viven en el agua—aunque también, quizás, porque mezclan con demasiada agua su vino. Los hombres con poca elocuencia no valoran los placeres del vino.

TRES. El vino cambia el decir. El vino no nos hace siempre elocuentes, pero también a veces nos calla, como a peces o como a sapos: “La borrachera”, indica Erasmo en el adagio Vina angina (“Amigdalitis de vino”), “algunas veces vuelve conversadores a los hombres callados, y otras veces vuelve a la gente muda como pescados”. El motivo ovidiano de la metamorfosis, que es el motivo de la fertilidad, y de la vida, es también el motivo del vino y el discurso. El vino hace que nuestro decir de siempre se vuelva otro decir.



Referencia: Erasmus, Desiderius. Collected Works of Erasmus. Vol 31-36. Toronto/London: University Toronto Press, 2005.

miércoles, 4 de junio de 2014

VINO ON THE ROCKS

Posted by Unknown On 3:59 p.m.


En uno de los capítulos antiguos de La belleza de pensar, el historiador Claudio Díaz se refirió a los dos mitos que, a su juicio, modelan aún la idiosincrasia chilena. Uno de esos mitos recogía el legado simbólico del Combate Naval de Iquique; el otro—el que me interesa—reflexionaba en torno a la Patagonia como el fin de un camino, de aquél recorrido por nuestro angosto país de norte a sur para encontrar lo que nunca se halló: la Ciudad de los Césares, el oro prometido por los incas y, por qué no, el paraíso. Hoy, el extremo sur pareciera ser para los chilenos del centro y del norte un espacio verde deshabitado, concurrido tal vez solo por algunas ovejas y pájaros y disponible únicamente para las vacaciones. Las fotos de las Torres del Paine que circulan en Chile y en el extranjero hacen de este “locus amoenus” nacional un lugar de enorme atractivo para los turistas nacionales e internacionales, que viajan miles de kilómetros para encontrar un lugar desvinculado de la vida urbana, caminar por los glaciares y tomarse un “vodka on the rocks” con el hielo milenario directamente extraído de su fuente.

Glaciar Grey
Un poco más a la mano, la viña Ventisquero nos recuerda el extremo sur de Chile en su nombre y etiquetas. Su línea Grey, de diseño sobrio, nos retrotrae inmediatamente—a aquellos que hemos estado allí—al glaciar localizado en la parte occidental de Torres del Paine. En su contraetiqueta, el nombre del glaciar contrasta con la locación que lo sigue inmediatamente debajo: la Roblería de Apalta en el valle de Colchagua. A modo de formular definitivamente esta contradicción entre el territorio imaginario (el glaciar del sur) y el territorio concreto (el terruño al norte), en el último párrafo se agrega: “El resultado: Grey Syrah, un vino que refleja su terruño”. Un caso más extremo aún de vinculación del vino a un “locus amoenus” sureño es su línea Yelcho, cuya contraetiqueta dicta: “Yelcho es el nombre de un lago ubicado en la Patagonia Chilena. Rodeado de montañas, ventisqueros colgantes y bosques nativos es considerado un paraíso para los amantes del fly-fishing” En este caso ni siquiera es posible percibir la incongruencia entre el terroir de proveniencia del vino y el símbolo escogido para su presentación, ya que el valle de colchagua ha sido definitivamente eliminado del texto de la contraetiqueta. El terroir (está claro) no es un dato relevante para el consumidor de este vino.


En la nota pasada ya he hablado acerca de la presentación metafórica del terroir en algunas etiquetas de vino chileno y del “locus amoenus” como tópico que logra articular hábilmente distintas estrategias para su presentación. Aún no había hablado de ciertos casos en las que la presentación de un terroir “metafórico” llega a ser tan lejana que se pierde toda vinculación con su referente real, verdadero origen de las cualidades del vino. En cambio, sí he sugerido ya, por medio de la práctica—o al menos así me gustaría que se hubiese percibido—la urgencia de repensar las relaciones entre la producción vitivinícola y el patrimonio nacional, así como los modos en que creamos cultura en torno al vino y lo modelamos como objeto simbólico, algo imposible de hacer si estas relaciones no se basan en lazos fuertes entre su terroir de producción y la comunidad local. 

Los mitos no están mal, solo si no quedan lejos. Y la Patagonia le queda al vino, creo, un poco demasiado lejos, un poco demasiado helada.

lunes, 26 de mayo de 2014

TERROIR AMOENUS

Posted by Unknown On 10:54 a.m.
Adán y Eva (1530). Cranach El Viejo.


El tópico del locus amoenus, ya desde su instalación definitiva en la literatura latina, presupone la representación de un paraje natural aislado, sereno y protegido, propicio tanto para el descanso como para el goce. Su tradición se remonta la descripción que se hace en la Odisea de la gruta de Calypso y del jardín de Alcínoo, y incluye innumerables variaciones, entre los que contamos los parajes que acogen los amores pastoriles de las églogas de Virgilio o los versos de Garcilaso que apelan con ánimo puro y contento a las bondades del paraje natural:

Corrientes aguas puras, cristalinas,
árboles que os estáis mirando en ellas,
verde prado de fresca sombra lleno,
aves que aquí sembráis vuestras querellas,
hiedra que por los árboles caminas,
torciendo el paso por su verde seno

De entre las variadísimas reinvenciones del tópico que hasta hoy actualizan estos espacios idealizados de tranquilidad y bienestar, no podemos desestimar aquellas que despliegan algunas etiquetas del vino chileno en el momento de presentar el terroir de producción de sus cosechas.  En efecto, la descripción de las características del terroir muchas veces es reforzada o francamente reemplazada por su representación metafórica o indirecta, más llamativa para el consumidor chileno, que, en general, aún está poco informado de su importancia como factor en la producción del vino que elige. El terroir como un locus amoenus, como un espacio natural deshabitado cuyas atmósfera las vides habrían logrado incorporar, constituye una de estas formas de presentación metafórica, como ocurre, por ejemplo, en Emoción de Starry Night (un vino que hemos revisado ya), en cuya contraetiqueta se incluye que “[e]n esta botella va el resultado del trabajo puesto por la familia para obtener un vino que encierra la esencia de aires y agua puras, de bosques nativos y de su fauna.”. De la misma viña, Starry Night (Noche estrellada, 2011), declara poseer “4 hectáreas de Syrah, muy cerca de 300 hectareas de bosque nativo e irrigado por
manantiales”, además de los inspiradores cielos estrellados que dieron el nombre al vino.

Si bien posee algunos problemas de redacción, hay un ejemplo más preciso que nos puede ayudar a comprender la función de esta transposición metafórica. Es de Días de Verano, de Miguel Torres, en cuya contraetiqueta leemos:

La suave y fresca brisa del Océano Pacífico que se mezcla en nuestro rostro con los magníficos rayos de sol, característicos de la época de verano, nos recuerdan alegres experiencias del pasado, las que acompañadas de la variedad Muscat, uvas milenarias traídas por los españoles del valle de Itata durante la Conquista, nos permiten revivir momentos especiales e inolvidables, que solo en los Días de Verano se pueden tener.

En el texto de la contraetiqueta se mezclan en forma confusa, pero hábil, las alusiones al terroir con la promesa de una determinada experiencia de consumo marcada por la vivencia de un locus amoenus: no solo “magníficos rayos de sol”, “suave y fresca brisa” y “época de verano” sino la recuperación y el recuerdo de “momentos especiales  e inolvidables”. El locus amoenus se vuelve un tópico que análoga subrepticiamente una cierta representación del terroir y también del momento de consumo del vino deseado. La efectividad de dicha aplicación de un tema aparentemente tan antiguo y visitado lo hace objeto de actualizaciones no solo textuales sino visuales, que podrá constatar cualquier buen observador. Bastenos revisar, por ejemplo, la portada de la página de facebook de Viña Morandé, en que se analogan hábilmente el terroir de proveniencia del vino con su presentación ya en la copa.



Réstame decir que, frente a la evidencia de la efectividad de este tópico clásico en un terreno textual y visual tan inesperado, no podemos dejar de trasladar a los discursos del vino aquella sentencia que Borges asociaba a la literatura universal, cuando la definía como la eterna repetición de un puñado de temas que eran objeto de una continua reescritura. Sólo en lo que respecta al locus amoenus, queda una buena cantidad de ejemplos interesantes que revisar. Pero eso ya será objeto de las siguientes notas.

lunes, 19 de mayo de 2014

SINESTESIA, VINO Y PABLO DE ROKHA.

Posted by Unknown On 12:08 p.m.


Según como se presente en el discurso, la sinestesia—aquel procedimiento textual que nos permite vincular diversas áreas de la percepción—puede tener distintas direccionalidades. Entendida según el clásico estudio de Schrader (1975) como trasposición, la sinestesia nos permite deslindar, distinguir e iluminar diversas áreas de la experiencia, proponiendo una analogía o identificación entre dos sensaciones que se presentan como unificadas. Decir que un olor es dulce, que una experiencia es amarga o que un vino es redondo se vincula a una necesidad de hacer comunicable una experiencia precisa, que se ve iluminada gracias a la ayuda de la analogía. Esta versión de la sinestesia entronca con su normativa clásica en la tradición retórica desde Aristóteles, y en el lenguaje cotidiano muchas veces nos permite poner palabras para aquellos tramos de la percepción que no parecieran tener nombre propio. Sin embargo, la sinestesia también surge en un tipo de discurso de finalidad completamente opuesta: aquél que quiere dar cuenta de la confusión, del desorden, del caos. La trasposición entre distintos ámbitos sensoriales trata de verbalizar no una experiencia deslindable, sino la totalidad de una vivencia compleja, en que todo se confunde, se entrecruza, se multiplica. Este terreno peligroso es, en mayor medida, el de la poesía. Mientras que según la primera direccionalidad la sinestesia es un procedimiento centrípeto, que se vuelve sobre sí mismo, según esta segunda direccionalidad el mecanismo se vuelve centrífugo, en un decir que sale siempre fuera de sí.

“Bodega de vinos y chichas” es una sección del libro Escritura de Raimundo Contreras, publicado por Pablo de Rokha en 1929 y distribuido a partir de 1944. Como es común en la escritura de De Rokha, el poema carece de mayúsculas y signos de puntuación y construye su ritmo balbuceado a partir de la disposición de los espacios en blanco a lo largo de la página. La experiencia de la bodega, para Raimundo Contreras, no comienza ni termina. El poema abre con un gerundio (un proceso):

estableciendo sus reciedumbres honorabilísimas Raimundo Contreras está ocupado y               amarillo
hay una cosita azul ardiendo      apenas      adentro del hombre duro      un departamento de debilidades felices   un aroma de pueblos que nadie conoce     olor futuro y sagrado aquel perfumamiento genial del almácigo del espíritu      cuando se formula la primera tonada querida cueca del destino

Las analogías presentadas respecto de la “Bodega de vinos y chichas” no tienen una lectura unívoca: solamente sugieren, proponen una atmósfera, una situación o un ánimo. Ya a partir de este primer tramo del poema se presentan  colores (“amarillo”, “azul ardiendo”), texturas (“hombre duro”), sonidos (la “primera tonada cueca del destino”) y aromas (“aroma de pueblos que nadie conoce”; “olor futuro y sagrado”, “perfumamiento genial del almácigo del espíritu”). Aparte del título, en ninguna parte del fragmento y del poema se mencionan las palabras “vino” o “chicha”; con mucho la más cercana es “parrones”, perdida por ahí en alguno de los párrafos. En cambio, el resto son árboles y flores (“violetas”, “higueras”, “callampas”, “maitenes”, “perales”), colores (“morado”, “naranja”,“verde”), animales (”caballos”, “culebras”, “abejas”) y verbos de movimiento (“arranca”, “emerge”, “desciende”, “arrastra”, “sobrepuja”).

Lo genial es que, pese a su aparente desaparición del plano literal, sabemos que el poema nos habla de vino cuando nos dice que a Raimundo Contreras “le parecen alas las pestañas”. Sabemos que a Raimundo Contreras le habla el vino cuando “el camarón de tiempo y del pueblo le añade un río plantado de callampas   agosto  en la puerta mojada del calendario”. Pero es otro hablar de vinos que sale de si mismo, que debe escapar de sí para dar cuenta de sí.