Gracias
a una feliz casualidad, mientras revisaba hace algunos días uno de los grandes
tomos de los Adagia de Erasmo, me
encontré con que muchos de ellos se referían al vino y a los buenos bebedores. E poculo perfotaro bibere (“Tomar de una
copa con un hoyo en ella”), Episcythizare
(“Tomar como un escita”) o Vinum caret
calvo (“El vino no tiene timón”) son algunos de los muchos proverbios que Erasmo compila y glosa desde el año 1500 hasta su muerte,
incluyendo en sus comentarios citas de autores de la tradición clásica que explican
la sentencia e iluminan su significado. El proverbio, indica Erasmo, es un
decir que envuelve de oscuridad alguna verdad obvia, o un dicho útil para conducirse
en la vida que es expresado, sin embargo, como una alegoría o con un doble
sentido. A ello se debe que en cada Adagio
la sentencia se comente y se explique, dando a sus lectores un fantástico
material para incluir en sus discursos propios, ya que el proverbio sirve para
adornar el decir y persuadir a los oyentes. Me demoré su buen rato en anotar
todos los adagios vinícolas, que proveen de buenas enseñanzas al lector bebedor.
Las explicaciones de muchos de ellos podemos adivinarlas sin mayor esfuerzo,
como ocurre en Ad vinum diserti (“En
el vino elocuente”), Vinum senem etiam vel
nolentem saltare compellit (“El vino compele al hombre viejo a bailar aún
en contra de su voluntad”), Ranis vinum
praeministras (“Le estás ofreciendo vino a las ranas”), Calucum rémiges (“Remeros en copas de
vino”), Etiam quercus bacchatur
(“Hasta los robles bailan para Baco”) e incluso Aquam bibens hihil boni parias (“Los bebedores de agua no son
buenos pensadores”). El clásico In vino
veritas, que no podía faltar, aparece ampliamente comentado en uno de los
primeros tomos. Otras sentencias son definitivamente más oscuras—y por lo
mismo, más entretenidas—, como Vino
vendibili suspensa hederá nihil opus (“El buen vino no necesita de arbusto”),
Si vinum postulet pugnos illi dato (“Si
te piden vino, responde con tu puño”), Cita
vinum temulentia (“Borrachera sin vino”), Vina angina (“Amigdalitis de vino”) o Gutta vini (“Una gota de vino”). Todas ellas presentan alguna
enseñanza por medio de una analogía. Así, por ejemplo, el proverbio “Mali bibunt improbitatis fecem” (“Los
hombres malos se beben los sedimentos de su maldad”), analoga el sedimento del
final de la botella con el castigo que necesariamente deberá recibir quién ha
obrado mal. “La imagen—dice Erasmo—deriva evidentemente de aquellos que,
habiendo tomado vino puro hasta la última gota, al final alcanzan el sedimento.
Así mismo el dolor del castigo sigue al placer que resulta del crimen”.
La
relación entre el vino y la elocuencia fue, obviamente, la que más se apareció
en todos los adagios. Tres puntos sobresalen, a mi parecer.
UNO. El vino instaura una retórica de la verdad,
o—mejor dicho—una completa falta de retórica. El discurso del vino es el
discurso del incontinente, del que dice cuando está prohibido decir, del que
revela secretos injustificados. En el adagio Ad vinum dicerti (“En el vino elocuente”), Erasmo explica que el
proverbio se utiliza para describir a aquellos hombres que son oradores pobres
en asuntos serios pero que encuentran muchísimo que decir con la copa en la
mano, cuando tal elocuencia es innecesaria. Por otra parte, la frase Cita vinum temulentia (“Borrachera sin
vino”) hace referencia a aquellas personas que se ponen a hablar en forma
incontinente acerca de todas sus intimidades sin que nadie se los haya
solicitado, como puede hacerlo un peluquero o actualmente un taxista de oficio.
En In vino Veritas, Erasmo incluye el
proverbio común griego según el cuál “lo que está en el corazón del hombre
sobrio está en la lengua del borracho”. Lo bueno de esto último, claro, es que
el borracho habla con su corazón: lo que dice el borracho es confiable, como
ocurre con los niños y los locos.
DOS. No hay elocuencia sin vino. El bebedor de agua
es un pensador y un orador pobre, y es necesario beber vino para poder ser un
buen poeta. Por ejemplo, en el adagio Aquam
bibens hihil boni parias (“Los bebedores de agua no son buenos
pensadores”), Erasmo cita los poemas de Horacio que dictan: “No hay poema que
pueda perdurar o aspirar a complacer / escrito por un bebedor de agua”, y
también, “¿Se ha vuelto acaso un hombre más elocuente / que por la copa
fructífera?”. El proverbio Ranis vinum
praeministras (“Le estás ofreciendo vino a las ranas”) trata, explica
Erasmo, de aquellos hombres que ofrecen algo valioso que no puede ser apreciado
por quienes lo reciben, como por ejemplo, dar un buen discurso a una audiencia
ignorante. Las ranas, en los adagios, tal como los peces, se refieren a los
hombres mudos o a los oradores pobres, precisamente porque viven en el agua—aunque
también, quizás, porque mezclan con demasiada agua su vino. Los hombres con
poca elocuencia no valoran los placeres del vino.
TRES. El vino cambia el decir. El vino no nos hace
siempre elocuentes, pero también a veces nos calla, como a peces o como a sapos: “La
borrachera”, indica Erasmo en el adagio Vina
angina (“Amigdalitis de vino”), “algunas veces vuelve conversadores a los
hombres callados, y otras veces vuelve a la gente muda como pescados”. El
motivo ovidiano de la metamorfosis, que es el motivo de la fertilidad, y de la
vida, es también el motivo del vino y el discurso. El vino hace que nuestro
decir de siempre se vuelva otro decir.
Referencia: Erasmus, Desiderius. Collected Works of Erasmus. Vol 31-36. Toronto/London: University Toronto Press, 2005.
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