"Ayer me describieron un vino así:", me escribió mi amiga Ale Romo hace solo un par de horas, "No sé qué decir, es como un beso infinito". Me contó que el vino en cuestión era un ejemplar mendocino que va a salir en unos meses más, y que la descripción era femenina: la persona besada por el vino era mujer. Yo estaba y estoy muy lejos de Mendoza, en Londres, pero obviamente opinaba (antes de que ella concordara conmigo, sin que alcanzara a preguntarle) que había que ir en busca de ese vino. Había que saber qué crestas era lo que tenía, que podía darle besos a sus bebedores. Rato más tarde, me di cuenta de que el mensaje de la Ale me había dejado algo intranquila, o incómoda, como cuando hay algo que está ligeramente fuera de lugar. Revisándolo después entendí que me había llamado la atención porque ella me había contado la descripción en presente, como si hubiese estado ahí, presenciando la cata y el beso.
Más allá de esos desfases temporales y de la obvia posibilidad de que la Ale hubiera adaptado, o mejor dicho embellecido, la sentencia original, su historia fue justa porque gatilló un recuerdo que de no ser por su mensaje habría dejado pasar. A mi también me habían descrito, ayer, un vino. Un amigo había tomado, para navidad, un Chateaux Margaux de 1928, que era el vino más antiguo que hubiese probado nunca. "¿Y estaba todavía vivo?", le pregunté. "Todavía abría un ojo", me dijo, "Era un vino delgado y ligerísimo, casi como un borgoña. Nadie le encontró mucha gracia, opinaron que era plano, pero yo pensé que era como si una gran orquesta estuviera tocando bajito, bajito, y que era cuestión de estar atento para escucharla". Obviamente, convenimos, era probable que él no hubiera podido escuchar la orquesta si no hubiera sabido que el vino era de 1928, que tenía una historia para contar. No me quedó otra que recomendarle el cuento de Roald Dahl, "La cata" (Tasting), del que por lo demás tengo que escribir más temprano que tarde. Le conté que el relato es una historia sobre una cata a ciegas, y que tiene todo que ver con las descripciones memorables de los vinos. Dahl describe al insoportable "wine connoisseur" Richard Pratt de la siguiente manera: "cuando hablaba de vinos, tenía la curiosa y bastante peculiar costumbre de referirse a ellos como si fueran un ser vivo. 'Un vino prudente', decía, 'Algo tímido y evasivo, pero bastante prudente'. O: 'Un vino alegre, benévolo y jovial, un punto obsceno quizás, pero en cualquier caso alegre".
"Al final, cuando te hablan de un vino así dan mucho más ganas de probar que cuando la descripción es técnica", me escribía la Ale después de contarme la historia del vino mendocino (obviamente ya había empezado a mover los hilos para conseguir el apasionado ejemplar). Me habría encantado, a mi también, probar el Chateaux Margaux de 1928, poder escuchar la orquesta tocando pianissimo desde el final de la copa. Recuerdo que cuando empecé a estudiar de vinos (hace no mucho tiempo) los descriptores más técnicos tenían en mí el efecto de un idioma desconocido, que parece maravilloso, sonoro y sugerente. Pero ahora que estoy más familiarizada con ese lenguaje, concuerdo: la descripción técnica muchas veces nos impide singularizar, homogeneiza y corre el riesgo de volverse un catálogo de metáforas fijas y medio muertas. Describir bien un vino, iluminando su carácter particular, requiere de un talento especial. Y pide, también, un vino singular: un vino que se te imponga, cualquiera que sean sus características. Hace tiempo que pienso, por lo mismo, que sería genial hacer una colección de estas descripciones vinícolas que te hacen querer correr a probar los vinos apalabrados. Los lectores suelen ser más tímidos que los bebedores, por eso apelo a estos últimos, para que ojalá comenten, más abajo, si han escuchado alguna descripción de un vino que les haya parecido interesante o memorable. En el mejor de los casos, me van a ayudar a aumentar mi feliz colección.
Creo que la sola descripcion a veces no alcanza. Porque al tratarse de sentidos muy primitivos, el olfato y el gusto nos transportan a niveles evolutivos que hemos casi olvidad, tapado con perfumes, bloqueado con humos y vapores del mundo moderno. Entonces la degustacion en estos casos se trata mas bien de una experiencia personal en que mas que tratarse del vino se trata del receptor. Es como en la musica, cuando un mensaje de la poesia es interpretado de millones de formas personales, irrepetibles. Tocar la fibra precisa de cada persona, de manera de conmoverlo, transportarlo, emocionarlo y, si es posible, atarlo a esa sensacion. Evocar, convocar, invocar inclusive a los demonios, todo eso se puede conseguir tocando el instrumento embotellao. Y cada persona tendra entonces su propia version de esa historia, la hara suya e inseparable, inolvidable. Cuando escucho una descripcion asi, intima y personal de mis vinos creo que mi pega esta hecha:
ResponderBorrar"Esto es el verano para mi" "Es una bestia negra" "obscuro como noche sin luna" "jugo de Maqui de cerro" "Regreso a casa".
Hay una canción de Jacques Brel que se llama "Los tímidos", que al parecer aplica para buena cantidad de lectores... por suerte apareció Pedro Pablo (sic) !!!
BorrarLas cuatro últimas, eso es lo que quería. Las voy a guardar.
¿Entonces esas frases no nos dicen nada sobre los vinos que tomamos y solo sobre los bebedores?
J.
El vino es parte de la experiencia, del que lo hace y del que lo bebe. Están conectados, el vino te dice donde ha estado de quien ha sido, sugiere un viaje, invita a abrir los sentidos y el alma. El vino es el mensajero y el mensaje
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