¡Que
tentación echar una botella al mar!
Mario
Benedetti
El vino propone, en todas sus versiones, al menos dos viajes. El viaje
más obvio es el del que lo bebe: del que viaja a la viña a descubrirlo, del que
lo siente evolucionar una vez abierto, del que conversa al amparo de su
botella. Pero también supone un viaje anterior: aquél que conlleva el
proceso de transformación de la uva en vino, haciéndolo desembocar, como una
nave oscura, entre las manos de su descorchador. La viña Odfjell, compenetrada
con el oficio marino y mercante de su familia fundadora, plasma en sus
etiquetas un tipo particular de viaje: el viaje naval. Todas ellas se
relacionan, de cerca o más veladamente, con el barco, la gran estructura que
logra surcar con salvaje elegancia a su mayor enemigo, el mar. El viaje del
barco que navega no queda lejos del viaje de la uva que sufre la transformación
que la verá trocada, maravillosamente, en vino. Así, por ejemplo, la línea
“Armador” da cuenta, en primera instancia, de un hombre a la cabeza que piensa,
con ingenio sistemático, una dirección: hacia dónde surcará el barco. La orza (“Orzada”)
es la pieza que da estabilidad a la nave, en caso de que los vientos intenten
descentrar su eje precario en la tormenta; y la línea “Babor” nos sigue dando
cuenta de las partes del barco que, para el grumete, deben formar las líneas de
su cuerpo durante la navegación.
La
línea “Capítulo” desvía nuestra atención a un aspecto distinto y, quizás, menos
material del viaje. Su nombre alude a la bitácora que escribe el capitán durante
la travesía, registrando día a día los avatares de la navegación. El vino que
Odfjell tiene hasta ahora en esta línea, “Flying Fish” (un ensamblaje de
Carignan, Cabernet Sauvignon y Malbec) conjuga el doble propósito o sugerencia
de las etiquetas de Odfjell. Por una parte, refuerza la consistencia de los
lineamientos de la viña (su producción de vinos de alta gama y en su gran
mayoría tintos, orgánicos y biodinámicos), dando cuenta de un aspecto importante para el viaje del vino: la autoconsciencia de quien lo produce, que debe tener una
línea de navegación clara y convincente a fin de llegar a puerto seguro. Al
mismo tiempo, la etiqueta de "Capítulo" se separa ligeramente del resto de las de la viña,
entregando una propuesta singular, que no alude ya a la férrea estructura del
barco sino al momento desatado y tormentoso de la escritura, que registra lo raro y lo
maravilloso del viaje, aquello que escapa a su seguimiento sistemático y que es
simplemente digno de contarse:
“Un golpe llamó mi atención. Cuando
llegué a la popa, lo encontré: el pez volador más grande e increíble que he
visto en toda mi vida yacía en la cubierta con su cabeza apuntando hacia el
sur. ¿Quién sabe qué habría sido de nuestro destino si no hubiéramos prestado
atención a ese signo?”
El "viaje" del vino se monitorea siguiendo los vaticinios que aportan tanto el sol como el
agua, cambiando el rumbo y los parajes marinos en caso de ser necesario, y
consignado estas señales más ambiguas en el “capítulo” correspondiente de la agenda
manuscrita. En esta línea, la bitácora que sigue, de cerca como una madre, el
proceso de vitivinicultura (su “Capítulo”) es ingenua: no sabe que, sin lugar a
dudas, algunas de sus páginas le serán, algún día, arrancadas para mandar un mensaje, como
el recado desesperado que es depositado en la botella que sobrevive al
naufragio. Esa botella, que encontramos como por casualidad a la orilla de la
playa, y que abrimos curiosos de descifrar la oscura letra manuscrita al
interior del papel desgranado, es el decir futuro que siempre será leído a
medias, siempre evocativamente, siempre de lejos. La direccionalidad del barco
(la bodega “gravitacional”, la casa del mosto) esconde siempre una historia y
un naufragio que, por suerte, nos entregará vinos que siempre puedan leerse en
forma distinta, como botellas flotantes y lanzadas mar abierto, esperando al
bebedor que allá lejos, algún día, las descubra.
Muy bello, como siempre. Un abrazo!
ResponderBorrarGracias Momo, un abrazo de vuelta!
BorrarHola Javiera
ResponderBorrarQue tema tan asombroso, el hombre y el mar.
Solo los que pudieron pasar por la experiencia de un viaje de ultramar pueden dar cuenta de la fascinación que causan esos pequeños peces voladores. Por eso entiendo y quiero interpretar con total desparpajo lo siguiente:
Estos pequeños animales que salen por segundos a la superficie como navajas plateadas, nos hacen recordar que en la inmensidad del océano desaforado, hay algo que vive y late, todo un mundo por descubrir que está cegado a nuestra visión. Por eso me pregunto de que tratarán estos vinos, serán realmente esos peces voladores que nos anuncian la existencia de otro mundo que no podemos ver?
Gracias por escribirlo y compartirlo.
Saludos y felicitaciones!!!
Lindo lindo lo que escribes!
BorrarEl mar es un espejo donde nos miramos (pese a sabernos tan pequeños), quizás el vino sea un espejo oscuro también.
J
Viste, menos mal Compramos capítulo. El winemakers no constituía nada interesante.
ResponderBorrarCariños Ja.
Oups, tengo Winemakers ahi dando vuelta todavía!
BorrarVeremos si es tan fomeque
Un abrazo Ma.