En la Biblioteca Viva del Mall
Plaza Sur, cercana a San Bernardo, se inauguró hace una semana la exposición
“La cepa familiar” de Sonia Martínez, que durará durante todo abril. La muestra
busca mostrar las analogías entre el proceso creativo en el laboratorio de
enología y el proceso creativo del artista visual, articulado en torno al mismo
material: el vino. El trabajo de Sonia es con el color: el cambio de la
tonalidad del vino en ebullición, que vio tantas veces manipular a su abuelo
enólogo, es replicado por ella en el terreno de la pintura, en el que se busca el
cambio en las tonalidades y viscosidad del vino a fin de lograr el efecto
deseado sobre la tela.
A partir de este presupuesto, los
cuadros de “La cepa familiar” se presentan al observador como la réplica de una
serie de fotografías familiares tomadas en el fundo El peral, al sur del valle
de Casablanca, en el que el vino formaba parte de la rutina diaria de su
familia. Buena parte de las telas está pintada al óleo. Según las palabras de
la propia Sonia, el principal ámbito en que se permitió absoluta libertad para alterar
el registro fotográfico fue en el color. En efecto, la paleta de tonalidades
escogida está claramente limitada a los matices rojizos, púrpuras, ocres y
sepia, que proponen una re-visión de los documentos familiares a partir de un
par de anteojos con un filtro bien particular: el del color del vino como visto
a través de la copa inclinada.
Tres cuadros de la muestra, a mi
juicio los más interesantes, están pintados propiamente con vino. Como el
enólogo, la artista somete el vino a distintos procesos para lograr el color y
textura deseados. En ambos casos, la aplicación rigurosa y creativa de una
técnica deviene en un producto final (el cuadro, la botella abierta) que
propone una experiencia harto más difusa: la del viaje, la reminiscencia
sensorial, y la memoria.
Al mismo tiempo, los cuadros pintados con vino explicitan el paso del tiempo de un modo que en la botella es harto menos visible. Como nos cuenta Sonia, a medida de que pasan los años, el tono del pigmento se va poniendo cada vez más opaco y negruzco, con lo que se vuelve necesario retocar los cuadros, en los que el color rojo más intenso corresponde a vino más joven. La tela explicita el paso del tiempo, el viaje del vino que envejece a la vista de quienes visitan su memoria con suspicacia de observadores. Esta condición particular del material escogido para pintar no solo implica la producción de obras que tienen que estar siempre (re)haciéndose, pero también nos pregunta por la propia perdurabilidad de un cuadro hecho con él (¿cuánto resistirá el paso del tiempo un cuadro pintado con vino?) y, con ello, también, de nuestra frágil memoria.
Hola Javiera,
ResponderBorrarmuy buena nota, hay conceptos muy interesantes aquí. El vino, como las fotos y, en fin, la memoria son una frágil forma de conservar recuerdos.
A seguir con el blog!
Saludos!
Muchas gracias Ariel! :)
BorrarEsta muy interesante la reflexión sobre la nostalgia, el laboratorio de enología, el vino... Esto se ve visualizaba en el mantel manchado de vino de mi abuela... en el laboratorio de mi abuelo mientras creaba los vinos y jugaba con sus colores... en mi taller.
ResponderBorrarSalud!
Gracias por tu comentario Sonia, espero que te haya gustado la entrada. Muchos saludos!
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