Atades, "Vino de la amistad", etiqueta por Eva Armisén |
El que al mundo vino
Y no toma vino
¿A qué vino?
Bernardo Piuma
Es difícil saber si es afortunada o desafortunada
aquella coincidencia léxica que, en español, confunde la palabra “vino” con el
pasado en tercera persona singular del verbo “venir”: él vino, ella vino. Ambas
palabras (“vino”, nuestra bebida, y “vino”, del verbo venir) son, en términos
estrictos, homógrafos: la grafía es la misma, los significados difieren.
O quizás, no tanto.
El verbo “venir”, según las primeras acepciones de
la RAE, no solo significa “caminar”, implicando movimiento, sino que especifica
ciertas características de ese traslado o viaje. “Venir” constituye, en primer
lugar—sigue la RAE—un “moverse de allá hacia acá”, esto es, un acercamiento:
quien viene se “avecina”, se vuelve próximo o incluso familiar. Mientras el
verbo “ir” implica siempre la preponderancia de un destino lejano, hacia el
cuál se parte, alejándose de un origen hacia una meta definida o incluso hacia
lo desconocido, en el verbo “venir” se presupone el destino, mientras que lo
que importa es, en última instancia, desde dónde se viene: qué es lo que el
viajante lleva consigo en el momento del acercamiento; qué aporta con su
llegada, qué tiene para mostrar. El “venir” es el advenimiento de alguien que
trae algo: un conocimiento, una historia, un objeto raro o un libro enigmático.
Si intentamos especificar aún más, podemos añadir
otra acepción del mismo diccionario, según el cual “venir” significa (en
referencia a una persona o cosa): “Llegar hasta donde está quién habla”. Esto
es, el “venir” implica que hay alguien que espera o que observa el acercamiento
del “venidor”, y al mismo tiempo, lo predica mediante el lenguaje. El que
predica la “venida” está a la espera de la entrega o la novedad que tiene para aportar aquél que antes no estaba: de alguien que iba y que regresa.
Quien habla de vino, está en posición de esperar lo
que viene. El vino que se prueba vuelve de un viaje, sea el viaje fresco del
que es aún joven o el viaje profundo del que bajó a la guarda; el vino nos trae cosas
de sus travesías: reminiscencias, colores, texturas, aromas. La aproximación del
vino, su cercanía con aquél que lo gusta y llega a disfrutarlo, tiene con todo
que ver con el regreso del viajante, que cuenta con lenguaje sutil lo que vio:
su tierra, su clima, sus palabras y sus manos.
En última instancia, este “venir” del vino provoca
otras aproximaciones o venires: la de aquellos que “vienen” a probarlo juntos y
se someten al su venida, “aveniéndose” a partir de la experiencia común
del viaje. La venida del vino implica también, en suma, la reunión, o la aproximación, de los que brindan juntos.