Hoy parto al litoral a aligerar la sangre y encumbrar el sueño, cosa que la mayoría de las veces no puedo lograr si no entro en contacto con el mar, que siempre templa, tranquiliza y de-vuelve. Pensé, por lo mismo, en que ameritaba reanudar el blog con una pequeña visita a Homero, y a una de sus tantas recurrencias poéticas que ha resultado un quebradero de cabeza para los estudiosos de su obra. Como estos recordarán, el caso es el siguiente: tanto en la Ilíada como en la Odisea, Homero se refiere varias veces al “mar vinoso” o al “mar color del vino” o de “negro vino” (αἴθοπα οἶνον), una atribución misteriosa que han intentado explicar distintos investigadores en todas las épocas.
La pregunta obvia era: ¿por qué Homero definió al mar como “color del vino”? ¿Cuál fue el fundamento de esa
relación tan reiterada en sus grandes obras épicas? Considerando
que esta es una de las referencias poéticas al vino más antiguas de las que se tenga
noticia, resolver el asunto era francamente urgente.
Algunos especialistas aventuraron una primera
respuesta simple. Según ellos, Homero atribuía al mar el color del vino,
simplemente, porque el vino que bebían los griegos no era rojo, sino azul. Como
indican Robert H. Writht y Robert E.D.Cattley, el agua con que los griegos
frecuentemente mezclaban su vino era alcalina, lo que explicaría que el vino en
la época (que estos mezclaban con 5/6 de agua) pudiese tornarse, consecuentemente, azulado.
Otros investigadores opinaron que era
evidente que si Homero calificaba al mar como “vinoso” o “color del vino” es
porque sufría de daltonismo, e incluso—como dice la tradición—de ceguera. Dicha
hipótesis podía confirmarse fácilmente si se examinaban otras calificaciones
frecuentemente utilizadas por el vate, como su descripción de la miel como
color verde, o de las ovejas como color violeta.
Obviamente, argumentaron otros,
las expresiones de Homero debían tener una explicación natural. Diversas
revistas especializadas explicaron las particularísimas condiciones que habrían
hecho que el mar Egeo presentara los tonos rojos o incluso violáceos que
suscitaron los dichos del poeta. El dr. Rutherford-Dyer, por ejemplo, sugirió una
explicación meteorológica, que implicaba que en ciertos meses del año el
contenido de polvo en la atmósfera en el Egeo aporta al agua una tonalidad y
textura muy cercana a la del vino.
Humanistas y otros académicos dieron una
respuesta bastante más aburrida: el apelativo de “vinoso” o “color
del vino” era simplemente utilizado por Homero como “recurso poético”,
probablemente porque se ajustaba a las posibilidades del metro. Esto aún no daba, obviamente, respuesta a qué pudo ser ese “qué” semejante entre el mar y el vino
que “vió” Homero. Las afirmaciones que apelan a ese lado de la respuesta son
las mejores. Carlier (1999), por ejemplo, asevera que la comparación del agua al vino excede a las consideraciones
meramente cromáticas: “El ‘mar vinoso’”, dice Carlier, “no se refiere, por
supuesto, al ‘mar color de vino’—connotación casi surrealista—, sencillamente
se trata del ‘mar espumoso’, que se espuma como el vino que se acaba de verter
en una crátera”. Las connotaciones “surrealistas” del mar color vino son
recobradas, en cambio, por Elbia Haydée (2011), quién, después de examinar
todos los usos del adjetivo “vinoso” en la obra homérica, afirma que el epíteto
adquiere en ella un tono de vigor, fuerza e intensidad, y puede traducirse como
‘rutilante, esplendente, chispeante, vivaz, pero también ‘color de fuego’, ‘ígneo’,
e incluso ‘negro’; admitiendo también las acepciones de ‘radians, splendens, ardens’”. Como
tal, el apelativo de “vinoso”—nos recuerda Haydée—no solo es aplicado por
Homero al mar, pero también a la noche, a la nave, a la muerte, al sudor, y a
la sangre que brota de una herida. En esa línea, el mar “color de vino” podría
referirse al alta mar, o a las aguas profundas, en oposición al agua de la orilla.
Esta historia hiper conocida nos
puede llevar a detenernos en algunas de las buenas cosas que provocan las
palabras. La imposibilidad histórica de explicar la vinculación homérica, y las
múltiples hipótesis que pueden desplegarse para darle respuesta, ya sea a modo
de juego o de ejercicio, dan cuenta de cómo el lenguaje poético, indirecto, tensa las posibilidades
asociativas de la mente, permitiéndonos re-pensar el modo en que pensamos, o,
como diría Gregory Bateson, reflexionar sobre los fundamentos de nuestros
propios pensamientos. El lenguaje nos limita hasta que logramos volvernos sobre
él: así ocurre cuando alguien describe su copa de vino y dice que su superficie
tiembla como una mariposa, o como las caderas de una mujer; o cuando aquél otro
afirma que el color de su vino es como el mar; o que el aroma de su vino es como
el mar; o incluso, que el sabor de su vino es como el mar. Al mismo tiempo, la
metáfora y el símil nos muestran, en los mejores casos, una vinculación que, si
bien percibimos como luminosa e incluso verdadera, no logramos aprehender del
todo; una ‘imagen parecida’ que atrapa, pidiendo una explicación que enmarque
su inexplicable belleza. La gran cantidad de interpretaciones que se han hecho
del “mar vinoso” homérico es, así, elocuente del modo en que algunas metáforas
logran situarnos ante algo absolutamente insondable, haciendo que la realidad
se exprese desnuda y poderosa, enormemente misteriosa, inexplicable e
indiscutiblemente bella.
Muchas gracias por tu texto! Salud! Solo falta preguntarse por el color del mar. Se asume que es azul, pero no siempre es así. A veces tiene un color de plomo, verde, blanco, café, también es conocido como mar rojo, mar negro, dependiendo de lo que refleje, a menudo es el cielo. Quizás para Homero el vino es cerúleo, refleja un cielo interior
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