Laberinto. Cenizas de Laberinto. Sauvignon Blanc, 2014.
"El trazo circular de los viñedos, simboliza totalidad, unidad y complejidad de los sabores que se expresan en el vino"
Cuando era chica, todos los
veranos me empecinaba en hacer laberintos. La impronta de todos los que dibujé—largos
y enormemente aburridos—era la siguiente: debía existir un camino cuya lógica
fuere evidente para quién intentase desentrañarlo, pero que tenía que
mostrarse, en un último momento, como incorrecta. El camino verdadero a la
salida o al objetivo del laberinto era, por el contrario, abstruso y
alambicado, y conllevaba, las más de las veces, que se transitaran casi todos
sus corredores, en un orden contrario al sentido común. Obviamente, a mi
familia la tarea de completarlos les resultaba altamente soporífera, lo que
hizo que en casi todos los casos mis dibujos infantiles quedaran medio
olvidados, a la espera de un jugador con paciencia de ajedrecista que cumpliera
mi iluso sueño de verlos alguna vez recorridos con el lápiz o los dedos.
Cuando, algo más adelante, decidí
perseverar en mis marañas a lápiz de color o a sello de agua, me pareció
evidente que un buen laberinto no solo logra predecir los pasos de su
caminante, sino que también plantear preguntas que este no sería capaz de
hacerse. La lógica de la complejidad no estriba en encontrar un camino
alternativo sino que en encontrar un camino distinto. Borges imaginaba, así, un
laberinto que consta de una sola línea recta e indivisible, incesante,
de modo que quién lo recorre no puede vislumbrar lo que pasa fuera de ella, o en
el extremo infinito de su final.
Cuando aguzamos la percepción nos
encontramos, a veces, en medio de un ondulado laberinto que consta de un solo
centro e infinitos caminos, que llevan cada uno a un final divergente. Ese
laberinto, el del que percibe o—mejor dicho—el del que nombra sus percepciones, es como el de Funes el Memorioso, cuya
memoria infinita e incapacidad de olvido lo inhabilitaban para generalizar,
haciendo de cada nota captada una insoportable singularidad:
No solo le costaba comprender que el
símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos
tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto
de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de
frente).
A veces hay vinos que, sin ser los que más nos gustan, son sin
embargo interesantes; como aquella película que no pudimos condenar del todo
porque, al menos, dio para que después tuviéramos una buena conversación sobre
ella. O porque nombrar lo que en ella pasaba, armar nuestro relato, a veces hizo
que la experiencia de ver esa película mala, o mediocre, valiera la pena. Así
circulamos por los laberintos de nuestros propias interpretaciones, que armamos
nombrando sus recovecos y bifurcaciones, intentando decir lo que a Funes le era
tan incómodo. Nuestros propios laberintos son, en cambio, las creaciones más
bellas si hablamos de una película que nos gusta; un libro que nos gusta; un
vino que nos gusta. Un laberinto recto e infinito, eterno como una infancia e
incorrecto como la ruta más abstrusa, de la que nos gustaría no volver a
salir.