Al circular por el supermercado haciendo las
compras de rigor, pude constatar con alegría que algunas etiquetas de vino
chilenas demuestran un gran interés por el aprendizaje y revitalización del
latín. “Amplus es un palabra del Latín que significa importante, honorable y
distinguido”, es la primera frase que abre la contraetiqueta de la línea Amplus de Santa Ema (2010), que toma su
“ampluloso” nombre la lengua clásica. Con el mismo afán didáctico, la línea Novas de Emiliana explica que “NOVAS era
la palabra en latín utilizada por los antiguos astrónomos para nombrar el
nacimiento de una nueva estrella”, dejando que el consumidor saque las obvias
conclusiones respecto de la relación entre dicho astro y la botella que tiene
entre las manos. La linea Chronos I
de Espíritu afirma en su contraetiqueta de ánimo marcadamente esotérico que
“nuestra línea Chronos representa el período de tiempo cronológico en que los
diferentes orígenes de nuestra marca Espíritu nacieron”, e incluye, para
finalizar la mezcolanza, que “Chronos es representado por los símbolos
numéricos reconocidos universalmente en el sistema braille”. En un gesto
completamente diferente, el vino Equus
(2012) vincula el terroir de producción del vino al aras familiar, criadero de
caballos de “fina sangre” cuyo color y cualidades sin duda se analogan a las
del vino de sus barricas.
Marta Bgood,
respondiéndose a la misma pregunta que se hiciera T.S.Eliot, escribe en un blog
que un vino clásico “es un vino que se reconoce a la primera … incluso aunque no
suelas tomar vino. Que
comprarías para regalo porque sabes que acertarás y que se reconocerá el
valor de tu obsequio, aunque la persona que lo recibe tampoco entienda de
vinos”. El vino clásico se reconoce
aunque se desconozca, de la misma manera que el latín, que hasta donde
sabemos en Chile no lo entiende casi nadie. En la misma medida en que una nota
de cata puede ser sugerente para un consumidor no familiarizado con el lenguaje
del vino, el latin reviste de “clásicas” resonancias al vino nacional,
haciéndolo sonar “importante, honorable y distinguido”, tan universalmente visible
como la constelación de Orión o “reconocible” como el sistema braille.
Aunque, más allá de su
nombre, la referencia al mundo clásico sea prácticamente nula en estos cuatro
vinos, sí una cosa es clara: definitivamente, comprar un vino chileno en latín
es irse a la segura y salir más culto en el intento. De hecho, si viviesen Iulius y Aemilia en Chile
del siglo XXI no dudarían en recomendar una copa de vino con nombre clásico
para acompañar la enseñanza del latín. Probablemente estarían muy orgullosos de
la idea infalible que hemos tenido para revitalizar la lengua. Porque quién
dijo que el latín era una lengua muerta, si no hay nada que suelte más la lengua
que el buen vino.