Francisco de Goya, "Duendecitos", Los Caprichos (1799) |
“Al duende hay que despertarlo en
las últimas habitaciones de la sangre”
Federico García Lorca, Teoría y juego del duende.
Según
dice la tradición (que no yo), cuando se toma vino hay como un duende que,
dentro de uno, se despierta. No es un
duende suave o infantil, sino un pequeño irritable, hilarante e incontrolable,
como los peores niños que quién sabe por qué disfrutan a rayando paredes o
pinchando neumáticos, o como los demonios de las pesadillas que oprimen el
estómago del soñador. “En cada boca alumbrando / andan los duendes del vino”
escribe el mendocino Pocho Sosa sobre los duendes hablaores, que “iluminan” la
lengua y que en las noches de amigos se ponen a bailar:
El sueño
de los racimos
sueña con
sol y verano
y en un país trasnochado
bailan los
duendes del vino
Este
sueño del trasnoche, o bien aquello que Federico García Lorca—también citando—llamaría
“aquel poder misterioso que todos sienten y ningún filósofo explica” es uno que
no mata como el del duende verde, sino que envuelve de a poquito, porque el
duende del vino es camaleónico y más persuasivo, y toma su color a veces en
momentos inesperados. Para Goya, por ejemplo, los duendecitos eran en realidad
los curas y los frailes, que ocultos beben a costa de los demás y que dejan
para sí sus vasos de vino.
Los
duendes del vino de Liniers dan un giro a la tradición: dejaron el campo y sus
garrafas, estudiaron para sommelier y se vinieron a tomar delicados sorbitos en français. Tienen gorros puntiagudos
porque tienen ideas largas, que deben atrapar para que no se les escapen de su
cabeza tan pequeña. Son estilosos, viven en pareja y hacen formas con sus
ropas. Los duendes-musas de Liniers tienen, en suma, “mejor cabeza”: se les sale el
duende de las palabras, ese que hace del tomar una delicada fiesta
verbal:
Intente
Ud. juntar dos palabras y hacer una pareja de vocablos rastreable; por ejemplo,
vino y amarillo, vino y lámparas, vino y ranas, vino y Bob Dylan, vino y duende, vino y Dios. Una pequeña búsqueda le demostrará que existe
tradición para todo, especialmente tratándose de vino. Para aportar a esa tradición
con solidez, ingenio e inventiva no se necesita mucho más que un poco de investigación y (eso sí) una ligera cuota de duende. El lector decidirá cuanto de eso nos falta, y de qué cepa sería el duende, si tuviera.
"Herú es un duendecillo, que según cuenta la leyenda, merodeaba nuestros viñedos en Casablanca y resguardaba la cosecha como su tesoro más preciado" (Ventisquero, Herú Pïnot Noir 2011) |
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