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viernes, 21 de noviembre de 2014

TIEMPO ARRIBA

Posted by Unknown On 7:37 a.m.


Mi marcador de libros (en la foto, a la derecha) me lo regalaron Cristián y Julia antes de irme de Londres, básicamente porque era lo único que, a esas alturas, cabía en mi sobrecargada maleta. Al anverso, Cris había dibujado dos haces de pequeños círculos dorados que se escapaban hacia los extremos del cartón, delineando algo así como la figura de un reloj de arena que se extendía de una a otra punta del marcador. Cuando les pregunté qué significaban las esferas, me contaron que eran burbujas de espumoso, porque claro, “a ti te encanta el espumoso” (quién lo diría). Me pregunté en ese momento por qué habrían llevado el espumoso a mis libros, creando una confluencia que pese a todas las letras vertidas en este blog todavía me parecía extraña o quizás "demasiado seca".

Con el tiempo, me pregunté otras cosas. Por ejemplo, nunca me contaron qué fue lo que motivó su decisión de dibujarlos no con forma de copa, pero de dos copas invertidas o—como me gustaba pensar—de un reloj de arena lleno de burbujas. Un reloj inusual o rebelde, considerando que las burbujas viajan no hacia el extremo en que se cierra el embudo, sino hacia afuera, “tiempo arriba” o al contrario del tiempo. Un reloj de arena burbujeado que, de existir, podría—paradójicamente—sacarnos del tiempo, situarnos “al centro de la danza”, como escribiera alguna vez Eliot.

Tener un reloj de arena en medio de un libro nos recuerda, al regresar a sus páginas, que cada vez que volvemos a él hemos envejecido. El libro es un espejo del paso del tiempo que hace que nunca volvamos a leer de la misma manera. La copa de espumoso, por otra parte, podría ser otro símbolo posible del tempus fugit, como las flores, cuya belleza dura solo mientras duren sus burbujas. Se toma espumoso  sabiendo que desde que se abre la botella se echa a andar el tiempo que acabará con él, y que hará que en unas horas su sabor y aroma se hayan perdido o transformado irremediablemente. Una copa burbujeada dura quizás aún menos que una flor.

Sin embargo, el tiempo del espumoso va al contrario al tiempo: se escapa al revés, hacia afuera del reloj implícito, haciendo de cada trago una edad plena y detenida. Como el marcador que retiene del libro la página más verdadera, cada nueva copa de burbujas (ligera y transparente, alta como un reloj o como una mujer) es una nueva juventud, de la que podremos, por suerte, no despedirnos nunca, hasta la próxima vez que se aparezca.

martes, 4 de noviembre de 2014

GENTE CHISPEZA

Posted by Unknown On 3:19 a.m.


La propaganda anaranjada de Undurraga, que hoy por hoy reza su “Sparkling People” en todas las esquinas y espacios propagandísticos de Santiago, presenta al nuevo bebedor de espumante como un tipo francamente fascinante. “Chispeante, vivaz, esa es la traducción de sparkling”, explica Álvaro Portugal en La buena vida, “pongamos en las cocteleras glamour y sofisticación y obtenemos a los sparkling people, personas estilosas que saben cómo hacer de la vida una diversión permanente”. La “sparkling people”, asegura Portugal, es gente culta, que viaja y posee un amplio bagaje gastro-etílico, que “sabe, por supuesto, cómo conseguir rápidamente los datos necesarios para la mejor diversión en cualquier parte del planeta”, “frecuentan los lugares más “in” y participan en los circuitos de fiestas más exclusivas”.

En legítima defensa de los bebedores de espumoso, que—como yo—no creemos  estar a la altura de la deseabilísima sofisticación, popularidad, tiempo libre y dinero de la “sparkling people”, me gustaría traer a colación el término notable acuñado por el (también) notable Gary Medel tras el partido de Chile frente a Holanda: la chispeza. “Da igual con quien nos toque”, dijo el Pitbull a pocos días del partido contra Brasil, “Hace bien tener miedo, porque eso nos hace tener la ‘chispeza’ de hacer bien las cosas y tener cuidado”. La chispeza, en este contexto, no es un chispear que se evapore o que se pierda en la corriente insípida de la lluvia frágil, ni una chispita útil a los propósitos del carrete con menos calorías, sino que es un rebote de luz más rústico y perceptible, un chisporrotear un poco más arriesgado que tomar espumoso en vaso o en combinado. La chispeza tiene duende, es rápida y peligrosa, pero es una chispeza de oficio, cabezona y disfrutada, exploratoria y curiosa, que se equivoca e inventa, que tiene carácter y claramente mejor sabor. La chispeza se pasea por las preguntas y alaba la dureza y talento de las cosas sutiles, tiene mejores burbujas y es más picaronzuela, porque se da en cualquier lado, no solo donde le piden estar.

En resumen, mi nunca hipócrita lector: lo invito vehementemente a hacerse amigo del espumoso y a tomar con toda chispeza. No solo con actitud chispeza—que está ahí desde antes de que alcance su copa y que da para desentrañarlo todo o correr con los huesos fracturados—sino que espumantes de chispeza, de esos que tienen esa deliciosa complejidad chispada que hace que sea verdaderamente bonito celebrar un gol.